Rock 101, 24 años de ser el soundtrack de la película de nuestras vidas.

A ti María del Rosario,
cada minuto más necesaria,
we´ll see the whole of the moon, .
1984, según George Orwell año de proféticas utopías totalitarias, pero el gran hermano no era un sofisticado sistema de vigilancia aún, sino un mundo dividido en dos frentes hegemónicos donde el miedo a una guerra nuclear era atizado con invasiones colonialistas, guerras, revoluciones, Medio Oriente, Nicaragua, etc. No era un mundo más sencillo, sí, ingenuamente maniqueo, existían enemigos totalmente definidos, los Rambos peleaban contra soviéticos sádicos, contra musulmanes perversos, defendían la democracia como si en ella fuera realizable cualquier sueño. En nombre de la libertad, EUA financiaban a los contras en Nicaragua y a las huestes de aquél quien años más tarde pasaría de ser un aliado a icono del terrorismo mundial: Osama Bin Laden; además, seguía construyendo armas como si fuesen caramelos y un tal Ronald Reagan practicaba onanismo onírico con el proyecto Guerra de las Galaxias, lo bélico llevado al espacio.
En el mundo de los 80 la cultura popular ofrecía la música perfecta para la fuga de la realidad, edulcorada, ñoña, destilada de películas melosas y taquilleras de la década anterior, la música disco sonaba en el fondo de una década aparentemente estable, aunque, ya en los movimientos underground el punk había gritado su profundo descontento, Anarchy in the UK, I fought the law, Sex Pistols, The Clash, The Damned eran canciones, grupos y música de revuelta, cortes mohawk, con una crisis económica y una juventud desempleada y anárquica, desdeñada por la limpia apariencia chulesca de Travolta, así que mientras la disco era el mainstream, el rock con sus varios ayeres y batallas, héroes y mártires, seguía latente, fluyendo en el subterráneo para discordar en una época rosa, la bandera negra de corsarios, guerreros, peleoneros, rebeldes y subversivos enarbolada por el rock, llevaba un largo camino recorrido como para doblarse ante tan anodino enemigo.
En México, el rock nunca había salido del closet de los terrores de las buenas costumbres y su vela perpetua, el 68 había traído como consecuencia una criminalización de la juventud, si Avándaro fue una mácula involuntaria en el buen vivir priísta, la década de los 70 sirvió para limpiar de apátridas y revoltosos nuestra juventud inocente. Durante esos diez años, el incipiente rock mexicano se proletarizó, si Peace and Love, Ritual, Pájaro Alberto, la Tinta Blanca y Three Souls in my Mind, comenzaron cantando en inglés, tuvieron que asumirse peleadores callejeros y sobrevivientes en hoyos funkys y marginalidad urbana, cantar la realidad del barrio, la banda, el apañón y el agandalle policial.
La juventud, siempre presente en el futuro del país pensado e imaginado por el plan sexenal del gobierno en turno, era tan abstracta como múltiple e invisible, y sin embargo, pese a ser un país de jóvenes, las manifestaciones culturales subyacían debajo de la cultura oficial, y la solapada cultura televisa en sus años de control ideológico más mordaz.
Pero había sectores que entendían el rock como una manifestación cultural de identidad y vida, de enfrentamiento ante los esquemas hegemónicos, propuesta adquirida quizá de una toma de conciencia y de acción como un ente social capaz de incidir en su entorno. A la luz de los recientes estudios de las tribus urbanas, la sociología describe esta necesidad: “…las tribus juveniles puntuarían el espacio a partir del sentimiento de pertenencia a las mismas, en función de una ética específica y en el cuadro de una red de comunicación”
Ahora bien en 1984 surge un proyecto que vertebraría esta necesidad, como estación de radio nace rock 101, una idea que por primera vez integraba a la juventud urbana de la ciudad de México que gustaba del rock, ya habían pasado las épocas de Radio Éxitos, La Pantera o Radio Capital y Vibraciones, el programa nocturno donde uno escuchaba, previa presentación de una voz de ultratumba llena de alegorías surrealistas y fantásticas grupos inaudibles en otros espacios como Uriah Heep, Emerson, Lake and Palmer, Deep Purple, y que llenaba por una hora el espacio radiofónico de buena música, insuficiente para el ávido apetito por el rock.
Rock 101 se convirtió en un referente de la cultura juvenil de la Ciudad de México, y es como tal referente que trasciende lo meramente fenomenológico y se convierte en una vivencia, en un sentimiento, en recuerdo que de una u otra forma construyó la vida de muchas personas que escucharon la estación.
Yo era un adolescente, y comencé a escuchar la estación en el mismo 1984, asistía al CCH Sur, un amigo y mi hermano me comentaron de ella, y cómo olvidar los momentos inolvidables que musicalizó a partir de entonces, recuerdo cuando matábamos clases y en el estacionamiento en el autoestereo de mi amigo escuchábamos con atención fanática la música que ni en sueños pensamos escuchar en radio abierta, recuerdo a Los Lobos, Talking Heads, The Clash, XTC, Soda Stereo y mil más.
Y cada tarde la voz alegre de Luís Gerardo Salas recitando, a las 2 en punto: esto es chocolotwist y a qué no sabes como se deletrea la palabra be bop……
Y es que rock 101 no era una estación de radio más, era la estación, donde convergían música de vanguardia, buena, entrañable; con voces que te decían cosas inteligentes, que le guiñaban el ojo a tu conciencia, que te acompañaban para hacer menos dura una adolescencia de por sí tormentosa; además, un sentido del humor fino, una especie de identidad con sus escuchas que hacía que realizarán lo que tú imaginabas hacer pero no podías o no te atrevías.
Así recuerdo un aniversario, no recuerdo el número de tal aniversario, donde las mujeres del equipo se fueron a transmitir desde un Chippendale; o Iñaki y Jordi radiaban en vivo desde el Zoológico de Chapultepec, y era juntar a la banda rockcientoúnica en el Ángel o en la Diana o en Rock Stock, o cualquier lugar de esta ciudad que nunca fue más buena y bella al ritmo de la idea musical o al contratiempo de la voz medio gangosa de Jaime Pontones o la sensual de Lynn Fanchstein.
Si reviso cada día y noche desde 1984 hasta 1996, hay una referencia de un recuerdo asociado a una canción de rock 101.
Si escucho “Absolut beginners” de David Bowie, recuerdo la noche de viernes en que mis amigos a bordo del auto de uno de ellos recorríamos Insurgentes Sur viendo, sólo viendo, las esquinas y sus mujeres de la noche.
Si escucho “Walk on the wild side” de Lou Reed, recuerdo una noche de domingo donde imprudentemente cruzamos un alto en la avenida haciendo casi chocar a otro auto, mismo que se dio a la tarea de perseguirnos durante 15 minutos y terminar la noche en un Vips temblando y tomando café cargado y fumando mapleton como chimeneas.
Y claro que recuerdo a Radio Futura en el Hotel de México, o a Joaquín Sabina en un Auditorio Nacional aún no remodelado, lo mismo que a Charly García o The Misión Uk o Los Héroes del Silencio en aquella presentación frustrada por la caprichosa pose de diva de Bumbury en el Ángela Peralta.
Recuerdo los mejores albumes de 1967, yo estaba enfermo, era verano, y escuchar a media noche las joyas de aquel año era un psicotrópico que me transportaba a otros espacios.
Los miércoles eran de utopía, de Jaime Pontones y su revalorizar y recrear los 60 y su utopía acallada por los tanques, los soldados, los gobiernos represivos.
Y cómo no la Mecánica del concepto, Salsabadeando, Los cuernos de la luna, El almohadón de plumas, El chiringuito, Sport 101, Argonáutica, Off beat, Galofilia, Con los pelos de punta, Descelofaneando, la Idea musical todo el domingo, los especiales de navidad, el Band Aid, me hacía llorar con su “Do they know is xmas???, cuánto recuerdo, cuánto nudo en la garganta, por eso rock 101 es más que una estación de radio, es el recuerdo de un tiempo que se ha ido irremediablemente, de un nosotros que ya no existe más, de un borroso pero inolvidable momento donde fuimos jóvenes y donde nutrimos nuestra vida con historias personales a ritmo de puro total y absoluto rock´n roll, por eso rock 101 permanece, siempre será el soundtrack de la película de nuestras vidas, porque como dice William Faulkner: El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado.
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