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darkestnight2

El día que me volví charrocker.

El día que me volví charrocker.
https://www.youtube.com/watch?v=4ox3l7xXrfg

Llegué corriendo hecho la mocha a casa de mi mejor amigo Sergio, gritaba buscándolo:
-Enano, enano. ¿Dónde estás?.
Su hermana Verónica, asomó la cabeza por la puerta de la cocina, de ella alcanzaban a salir las notas edulcoradas de una rolita de Flans:
“...Te conocí en un bazar, un sábado al mediodía...”, acompañadas, obvio, de sus gorgoritos sabatinos que intentaban alcanzar las notas de dicha melodía.

-Hola, ¿estás buscando a Sergio? -se detuvo en su tatarear desafinado para cuestionarme con una voz de fresa que hasta me enchinó el cuero.
-Obvio, ni modo que a quién. -Devolví con sarcasmo la respuesta para agregar -¿Dónde esta el “chaparral”?.

-Pues ha de estar todavía acostado, con eso que ayer te fuiste bien tarde.
Remató esto al mismo tiempo que se trataba de fijar con aqua net fija punk, su fleco de 20 centímetros que por encima de la coronilla la acercaba, al menos en su mente, al estilo de Ilse, Mimí o Ivonne.
-Ok, voy a su cuarto, oye Vero, chido tu relajo y tus greñas, como para que salgas en esos bodrios de estrellas de los 80’s o mínimo en X-E-Tú.
Indignada torció la boca y me repeló, con la lengua más enredada aún por el coraje:
-Pues al menos salen en la tele, no que los grupos que escuchan ustedes ni en el radio los pasan, nacos.
-Fresa.
Le saqué la lengua y me di a la tarea de subir de dos en dos la escaleras que llevaban al cuarto de mi amigo.
Abrí de sopetón la puerta, empujándola ruidosamente, salté a la cama de Sergio, mi mejor amigo, “El enano”, “El chaparral”, “El tranvía” -porque no llegaba al Metro-, en fin, mi pequeñín camarada con quien compartía todo lo que cualquier quinceañero vive en su vida diaria.
Ese sábado en particular había llegado uno de los días más importantes, ir a un concierto de rock, no cualquiera, no, ir a ver a Botellita de Jerez, sacerdotes máximos del guacarock.
-Órale wey, levántate, no ves que hoy es el concierto de los botellos en la Gandhi. Intentó abrir sus ojos despegando sus chinguiñas, limpiando la baba que cubría medio cachete y con un grito rockero, se incorporó.
-Wey, no mam’s, nuestra primer tocada de rock juntos -rugió el buen Checo y acto seguido, saco de su funda morada con garigoleadas letras, la negra tortilla de acetato que en sus surcos guardaba la neta del planeta del rock mexicano.
-Ok, ok, vine para que no te me fueras a echar pa’tras, como cuando íbamos a ir a ver a Queen a Puebla y el día antes tu jefe no te dejó ir a esa orgía de rock y perdición-reproché a mi buen compadre.
No dijo nada y comenzamos a cantar a coro y con todo nuestro furor rockero, la bella letra de
Oh Dennys, no la hagas de Tok’s en Wings, yeah baby, porque to Vips or not to vips, that’s the Woolworth.

La mayor parte de la tarde se nos fue en prepararnos, en adornar nuestros atuendos rockeros, los chalecos de mezclilla, playeras de algodón, jeans entubados con estoperoles a los lados como si fuera una vestimenta de charro, o mejor dicho de charrocker y el infaltable walkman.

Al fin dieron las 5 de la tarde, hora que escogimos para salir a nuestra gran aventura, ya sé que ir de Tlalpan a San Ángel no es la gran cosa pero, sin papás, sin hermanos mayores, solos, eso era pura vida.
Abordamos el delfín en Insurgentes sur, Ruta 17 que corre de La Joya a Indios verdes.
-A ver brother, ahora sí ponte en tus walkman el cassete del disco, el que grabamos ayer para esta insigne ocasión.
Sergio sonrió y dio play, para que montados en la parte trasera del destartalado y amarillento camión, ahí donde solamente los valientes se atreven, emprendiéramos el camino hasta Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo.
Y ahí vamos gritando nuestras rolas, mirando la avenida como si fuera una carretera que nos llevaría a otra dimensión.
Bajamos en el monumento a Obregón, ese que tiene la mano del mismísimo general sonorense, chale, la historia patria y sus reliquias son parte de un pasado que nada tiene que ver con nuestras quince primaveras y los canticos rockeros de nuestros ídolos.
Llegamos a la librería, con sus estantes de madera repletos de ejemplares y como siempre sucede en los sábados atascada de gente, entonces vemos el cartel que anuncia que a las 7 de la noche, Botellita de Jerez, se presentará en un concierto en el foro de la librería.
Emocionados chocamos las manos, gritamos, nos reímos como loquitos, se había llegado el momento de estar escuchando juntos nuestras rolas favoritas. Obviamente nos acercamos a la caja donde se vendían los boletos, son 50 pesos, dice la señorita mirando nuestros falsos tatuajes, que emulan a los de el Uyuyuy o del Mastuerzo o del Cucurrucucú, y poniendo atención a los botones que adornan las solapas de nuestros chalecos.
-Vas wey, paga -le digo a Sergio.
Mete sus manos en los bolsillos, su rostro alegre se pone nervioso, y como cada que pasa eso, la parte superior del labio se le humedece con pequeñas gotitas de sudor.
-¿Oye wey no te di la lana? -Me pregunta ya realmente alarmado.
-No pinche enano, tú lo guardaste, dizque porque eras una pinche cajita de seguridad.
-Wey se me hace que los perdí.
-No me chingues.-alcancé a decir.
Los que estaban detrás de nosotros en la fila nos apuraron hasta el punto que tuvimos que salirnos de ella.
Como siempre que salíamos yo me hacía cargo de la lana de los ruta 100, o le pedía el abono del transporte a mi hermano más grande, así que solamente con 6 pesos en el bolsillo nos resignamos a regresar a casa sin cumplir nuestro destino. De pronto, una camioneta vieja se estacionó cerca de la entrada de la librería y detrás un vochito donde estaban, oh sí, los integrantes de Botellita de Jerez en 
persona. La tristeza se tornó de nuevo en púber euforia, nos acercamos, y un segundo antes de pedirle un autógrafo se me iluminó el rostro.

-Hola, que chido conocerlos en persona, -dije a los tres y les mostramos nuestros tatuajes como si fueran la insignia que nos identificara como miembros de la misma secta o algo así.

Los tres sonrieron y al unísono, o casi, nos propusieron, oigan quieren ayudarnos con los instrumentos.
Volteé a ver a Sergio, la emoción únicamente nos permitió decir un ajá entusiasta. Y comenzó la chamba, bombo, bajo, amplis, lira, tarola, platillos, micros, bases para micros, toms de aire, pedales, wow, en nuestras manos teníamos las materias primas con que Botellita de Jerez creaba la música que a nosotros nos hacía sentir rebeldes, distintos, rockeros y vivos.

Al terminar, sudorosos pero felices les dimos las gracias.
-Oigan pero se quedan a la tocada, ¿No? -preguntó el Mastuerzo.
Bajamos la cabeza con pena para negarlo.
-Es que aquí el Chaparral perdió la lana que teníamos para los boletos -dije compungido.
Entonces el Uyuyuy, dijo -pues no hay pex, se ganaron su entrada cargando el equipo, vénganse.
Subimos detrás de ellos, el último en entrar fue el Cucurrucucú, y el encargado del foro nos detuvo para preguntarle al grupo.
-Éstos chavos vienen con ustedes- Sergio y yo contuvimos la respiración, y respondieron.
-Sí son nuestros secres -el tipo sonrió y nos franqueó el acceso.
Ya adentro, vimos el sound check, nos firmaron nuestras playeras y después de esto nos volvimos los charrockers número uno de todo Tlalpan y pueblos circunvecinos. 

Rock 101, 24 años de ser el soundtrack de la película de nuestras vidas.

Rock 101, 24 años de ser el soundtrack de la película de nuestras vidas.

 A ti María del Rosario, 

cada minuto más necesaria,

we´ll see the whole of the moon, .

1984, según George Orwell año de proféticas utopías totalitarias, pero el gran hermano no era un sofisticado sistema de vigilancia aún, sino un mundo dividido en dos frentes hegemónicos donde el miedo a una guerra nuclear era atizado con invasiones colonialistas, guerras, revoluciones, Medio Oriente, Nicaragua, etc. No era un mundo más sencillo, sí, ingenuamente maniqueo, existían enemigos totalmente definidos, los Rambos peleaban contra soviéticos sádicos, contra musulmanes perversos, defendían la democracia como si en ella fuera realizable cualquier sueño. En nombre de la libertad, EUA financiaban a los contras en Nicaragua y a las huestes de aquél quien años más tarde pasaría de ser un aliado a icono del terrorismo mundial: Osama Bin Laden; además, seguía construyendo armas como si fuesen caramelos y un tal Ronald Reagan practicaba onanismo onírico con el proyecto Guerra de las Galaxias, lo bélico llevado al espacio.

En el mundo de los 80 la cultura popular ofrecía la música perfecta para la fuga de la realidad, edulcorada, ñoña, destilada de películas melosas y taquilleras de la década anterior, la música disco sonaba en el fondo de una década aparentemente estable, aunque, ya en los movimientos underground el punk había gritado su profundo descontento, Anarchy in the UK, I fought the law, Sex Pistols, The Clash, The Damned eran canciones, grupos y música de revuelta, cortes mohawk, con una crisis económica y una juventud desempleada y anárquica, desdeñada por la limpia apariencia chulesca de Travolta, así que mientras la disco era el mainstream, el rock con sus varios ayeres y batallas, héroes y mártires, seguía latente, fluyendo en el subterráneo para discordar en una época rosa, la bandera negra de corsarios, guerreros, peleoneros, rebeldes y subversivos enarbolada por el rock, llevaba un largo camino recorrido como para doblarse ante tan anodino enemigo.

En México, el rock nunca había salido del closet de los terrores de las buenas costumbres y su vela perpetua, el 68 había traído como consecuencia una criminalización de la juventud, si Avándaro fue una mácula involuntaria en el buen vivir priísta, la década de los 70 sirvió para limpiar de apátridas y revoltosos nuestra juventud inocente. Durante esos diez años, el incipiente rock mexicano se proletarizó, si Peace and Love, Ritual, Pájaro Alberto, la Tinta Blanca y Three Souls in my Mind, comenzaron cantando en inglés, tuvieron que asumirse peleadores callejeros y sobrevivientes en hoyos funkys y marginalidad urbana, cantar la realidad del barrio, la banda, el apañón y el agandalle policial.

La juventud, siempre presente en el futuro del país pensado e imaginado por el plan sexenal del gobierno en turno, era tan abstracta como múltiple e invisible, y sin embargo, pese a ser un país de jóvenes, las manifestaciones culturales subyacían debajo de la cultura oficial, y la solapada cultura televisa en sus años de control ideológico más mordaz.

Pero había sectores que entendían el rock como una manifestación cultural de identidad y vida, de enfrentamiento ante los esquemas hegemónicos, propuesta adquirida quizá de una toma de conciencia y de acción como un ente social capaz de incidir en su entorno. A la luz de los recientes estudios de las tribus urbanas, la sociología describe esta necesidad: “…las tribus juveniles puntuarían el espacio a partir del sentimiento de pertenencia a las mismas, en función de una ética específica y en el cuadro de una red de comunicación”

Ahora bien en 1984 surge un proyecto que vertebraría esta necesidad, como estación de radio nace rock 101, una idea que por primera vez integraba a la juventud urbana de la ciudad de México que gustaba del rock, ya habían pasado las épocas de Radio Éxitos, La Pantera o Radio Capital y Vibraciones, el programa nocturno donde uno escuchaba, previa presentación de una voz de ultratumba llena de alegorías surrealistas y fantásticas grupos inaudibles en otros espacios como Uriah Heep, Emerson, Lake and Palmer, Deep Purple, y que llenaba por una hora el espacio radiofónico de buena música, insuficiente para el ávido apetito por el rock.

Rock 101 se convirtió en un referente de la cultura juvenil de la Ciudad de México, y es como tal referente que trasciende lo meramente fenomenológico y se convierte en una vivencia, en un sentimiento, en recuerdo que de una u otra forma construyó la vida de muchas personas que escucharon la estación.

Yo era un adolescente, y comencé a escuchar la estación en el mismo 1984, asistía al CCH Sur, un amigo y mi hermano me comentaron de ella, y cómo olvidar los momentos inolvidables que musicalizó a partir de entonces, recuerdo cuando matábamos clases y en el estacionamiento en el autoestereo de mi amigo escuchábamos con atención fanática la música que ni en sueños pensamos escuchar en radio abierta, recuerdo a Los Lobos, Talking Heads, The Clash, XTC, Soda Stereo y mil más.

Y cada tarde la voz alegre de Luís Gerardo Salas recitando, a las 2 en punto: esto es chocolotwist y a qué no sabes como se deletrea la palabra be bop……

Y es que rock 101 no era una estación de radio más, era la estación, donde convergían música de vanguardia, buena, entrañable; con voces que te decían cosas inteligentes, que le guiñaban el ojo a tu conciencia, que te acompañaban para hacer menos dura una adolescencia de por sí tormentosa; además, un sentido del humor fino, una especie de identidad con sus escuchas que hacía que realizarán lo que tú imaginabas hacer pero no podías o no te atrevías.

Así recuerdo un aniversario, no recuerdo el número de tal aniversario, donde las mujeres del equipo se fueron a transmitir desde un Chippendale; o Iñaki y Jordi radiaban en vivo desde el Zoológico de Chapultepec, y era juntar a la banda rockcientoúnica en el Ángel o en la Diana o en Rock Stock, o cualquier lugar de esta ciudad que nunca fue más buena y bella al ritmo de la idea musical o al contratiempo de la voz medio gangosa de Jaime Pontones o la sensual de Lynn Fanchstein.

Si reviso cada día y noche desde 1984 hasta 1996, hay una referencia de un recuerdo asociado a una canción de rock 101.

Si escucho “Absolut beginners” de David Bowie, recuerdo la noche de viernes en que mis amigos a bordo del auto de uno de ellos recorríamos Insurgentes Sur viendo, sólo viendo, las esquinas y sus mujeres de la noche.

Si escucho “Walk on the wild side” de Lou Reed, recuerdo una noche de domingo donde imprudentemente cruzamos un alto en la avenida haciendo casi chocar a otro auto, mismo que se dio a la tarea de perseguirnos durante 15 minutos y terminar la noche en un Vips temblando y tomando café cargado y fumando mapleton como chimeneas.

Y claro que recuerdo a Radio Futura en el Hotel de México, o a Joaquín Sabina en un Auditorio Nacional aún no remodelado, lo mismo que a Charly García o The Misión Uk o Los Héroes del Silencio en aquella presentación frustrada por la caprichosa pose de diva de Bumbury en el Ángela Peralta.

Recuerdo los mejores albumes de 1967, yo estaba enfermo, era verano, y escuchar a media noche las joyas de aquel año era un psicotrópico que me transportaba a otros espacios.

Los miércoles eran de utopía, de Jaime Pontones y su revalorizar y recrear los 60 y su utopía acallada por los tanques, los soldados, los gobiernos represivos.

Y cómo no la Mecánica del concepto, Salsabadeando, Los cuernos de la luna, El almohadón de plumas, El chiringuito, Sport 101, Argonáutica, Off beat, Galofilia, Con los pelos de punta, Descelofaneando, la Idea musical todo el domingo, los especiales de navidad, el Band Aid, me hacía llorar con su “Do they know is xmas???, cuánto recuerdo, cuánto nudo en la garganta, por eso rock 101 es más que una estación de radio, es el recuerdo de un tiempo que se ha ido irremediablemente, de un nosotros que ya no existe más, de un borroso pero inolvidable momento donde fuimos jóvenes y donde nutrimos nuestra vida con historias personales a ritmo de puro total y absoluto rock´n roll, por eso rock 101 permanece, siempre será el soundtrack de la película de nuestras vidas, porque como dice William Faulkner: El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado.

Renato Leduc, poeta nocturno, bohemio irredento y Tlalpense histórico.

Renato Leduc, poeta nocturno, bohemio irredento y Tlalpense histórico.

Soy urbano, vivo en la Ciudad más surrealista del mundo, convivo con casi 22 millones de seres humanos, tantos como historias pudo imaginar la mente más maniática y esquizoide. Estoy orgulloso de haber nacido chilango, de haber nacido en lago pétreo de Tenochtitlan, lugar donde desde hace miles de años almas, condenados y aparecidos, cada noche aúllan su inenarrable pena. Y además, soy de Tlalpan, un rincón en el sur de esta mega metrópolis, enclave mitad urbano, mitad rural, mitad mestizo, mitad indígena, mitad mito, mitad historia.

Y aquí, en pleno corazón del Centro de Tlalpan, hay una placa adosada al muro de una vieja casa. En ella, se atestigua que Renato Leduc nació precisamente en ese lugar en 1897, nada contradice el sino del poeta, hoy en la parte baja de esa antigua residencia, se asienta la cantina “la Jalisciense”, como especie de homenaje a su existencia bohemia, cantinera, romántica, mujeriega, bronca rayando en lo mítico.

Renato Leduc, poeta lúdico, en su obra amalgama momentos sublimes, de plena metáfora junto a la belleza de lo soez; la figura retórica, poderosa y demoledora de su críptico lenguaje. Su obra-vida encierra esa travesía vital, en los humanos decimonónicos la acción era imperativa: de telegrafista en el ejército de Villa, a periodista irredento; de andariego en la vieja ciudad de México a taurino irremediable; de las noches excesivas en los cabarets más sórdidos, al salón palatino lleno de borrachines “cachorros de la Revolución”; del aserrín de la cantina y el abrazo con el andrajoso con olor a pulque a la amistad de Peret y Breton. Renato Leduc supo nutrirse de las venas zafias de la urbe del siglo pasado, que va del desenfadado verso satírico a la solemnidad de los “Poetas, presos de sus propios horarios”, escribiría él mismo.

Y en medio de tantas revueltas, viajó al ojo del huracán y nunca volvió sino para escribir más versos, más poemas, más epítetos contra la refinada sabiduría de los Contemporáneos. Nunca fue adepto al culto de la personalidad, eso le confirió un aura aniintelectual, pugna claramente enfrentada contra este grupo, y a pesar de ello, logra en su poesía una mezcla extraña, adusta y rítmica, palabrota y palabra cristalina.

Si no por altivez, por desencanto
Imitemos el gesto del océano
Monótono y salobre.

Contrapunto a esto, su poética erótica suena fuerte, arde en los oídos de las señoras de la vela perpetua, enfrentamiento a las buenas costumbres uruchurtianas, Leduc nos muestra, no sin humor esa cara:
Y es que se largan las cejas
Mientras se pierde la vista.
Ya no te pelan las viejas
Ni logras una conquista.

Monsiváis, afirma: “conoce de manera exhaustiva los recursos lingüísticos, y consagra su impecable oído literario al propósito del juego”. Su proverbial personalidad festiva, rechazaba la solemnidad ajada del vate, a cambio amigos y tragos, arrabal y palabrota.
De Tlalpan, parece ser nutrido por su límpido aire; por su tradición en el siglo XIX de ferias, juegos, bailes, jolgorio; su genio es incluso reconocido por el mismo Octavio Paz: “No fue un vate de cantina, poco dotado, sino un gran dominador del lenguaje poético, que huía de lo trascendente por una mezcla de timidez y arrogancia”.

Arrogancia, que aparenta humildad, el poeta de Tlalpan está aún tomando un ron, un tequilita en las mesas de “La Jalisciense”, gritando leperadas a la luz del día y esperando las penumbras de la noche para nutrir su lírica oscura; en las arboladas calles de la Ciudad, de Tlalpan, toma la melancolía y el temperamento, esperando ebrio de alcohol y luz de luna, a que lo despierten las campanadas de la misa de seis, para endilgarles a los feligreses un soneto lleno de sarcasmo, rebeldía y lóbrego significado.

La naturaleza del amor, resistencia subversiva.

La naturaleza del amor, resistencia subversiva.

A ti mi Chari, quien da las razones para pensar que el amor me salva

 hasta del mismo destino ineluctable de la muerte, te amo.

El poder está en el origen mismo de la humanidad, si entendemos a éste como la capacidad de un individuo o grupo para imponer por la fuerza física y simbólica los deseos de cualquier clase a otro individuo o grupo, por encima de la voluntad de éstos. Sabremos ya que esta acción surge incluso desde los relatos míticos originarios del hombre de todas las cosmovisiones culturales. De Zeus a la religión judeocristiana, de los antiguos primeros pobladores a las culturas prehispánicas, la tierra misma, el hombre y la vida han sido producto de la rebelión de un ente menor en la jerarquía de las divinidades ante uno de omnipotencia extrema, rebelión en aras de un místico orden de las cosas para dar forma a un universo armónico; en esencia, los dioses, productos de la humanidad, son un reflejo de las mismas veleidades, envidias y bajas pasiones de los hombres. ¿Podemos imaginar comportamientos más impunes, que el de Zeus y su posesión mediante argucias de Dánae -recordemos que toma forma de lluvia de oro-, y luego la sobreprotección paternal al producto de esta unión, Perseo? O bien, ¿Iahvé, poniéndose a jugar apuestas con el diablo para probar el amor de Job a este dios inmisericorde y caprichoso?

De tal manera el poder, esta representación simbólica y metafórica en el sentido literario, permea los ánimos de todos los humanos de todas las eras históricas, pero habría de preguntarse, ¿De dónde surge el poder? O mejor planteada, ¿Cuál es la fuente de esta especie de artilugio alquímico que derrumba imperios, prostituye mártires, entroniza a estúpidos, asesina y despeña las mejores almas humanas? La respuesta, pienso, se encuentra en dos vertientes, volvemos a los mitos para explicar esta primera forma. Prometeo, titán considerado amigo de los mortales, roba el fuego de los dioses para darlo a los humanos, por dicha afrenta, es condenado a ser sujetado a una roca, donde cada día serán devoradas sus entrañas por un águila y por la noche se regenerarán para ser  de nuevo laceradas al día siguiente, todo hasta el infinito. Abundando en estos ejemplos, revisemos el de Adán y Eva, plácidos habitantes del Edén, vivían cual chiquillos despreocupados, este estado de gracia sería permanente si seguían un único orden normativo  dictado por el mismísimo y omnipotente Dios: jamás comer el fruto del árbol del bien y del mal, el árbol de la ciencia. Castigo mediante, esta orden fue seguida hasta que Eva comió del fruto prohibido, para condenar a los hombres a trabajar para ganar el pan con el sudor de su frente y a las mujeres a dar vida con frenéticos dolores, vaya castigo.

Estas dos alegorías, son una invención literaria que ejemplifican el simbolismo del poder, en ambos tenemos un bien etéreo, poseído y usufructuado por los dioses, el fuego, el bien y el mal, metáfora del saber, del conocimiento, de la ciencia, de aquí la primera y más temible fuente del poder, el conocimiento, una serie de códigos ciertos, míticos, místicos, protocientíficos, originarios y ancestrales que dan el carácter omnipotente a dios, su carácter divino y, por ende, su potestad sobre los humanos se basa en este conocimiento de lo desconocido para nosotros simples mortales, el conocimiento,  en su más amplia acepción es la primer fuente simbólica del poder.

El segunda origen, tiene que ver más que nada con la simple naturaleza humana más animal, la necesidad de crear y engendrar progenie, la necesidad de conservar la especie y de ahí la lucha descarnada para que el más apto pueda adaptarse de mejor manera al medio ambiente y sobrevivir, dando lugar a mejoras cualitativas en el género humano, darwinismo simple y llano.

Para este momento tenemos un panorama general del poder y sus fuentes, un esbozo breve de definición, pero ahondando en ello, utilicemos, para mayor precisión la que elabora Weber: “Poder es la capacidad de predecir de la manera más exacta posible el comportamiento del otro”. Esta capacidad está basada en el conocimiento, en la imaginación, en el trucar la percepción de los hombres, la alegoría de la Caverna platónica en escala superlativa, el poder juega con espejos para que los hombres lo perciban más grande de lo que es; más enérgico, a pesar de su naturaleza endeble, más voraz a pesar de su inapetencia senil.

Ahora bien si el poder, con toda su voluntad aplastante, su violencia, control y sus taumaturgos procaces se basa en un símbolo, otro símbolo, arquetipo de bondad logrará, sino contrarrestar sus efectos avasallantes, sí matizar y en ocasiones atenuar esta sinrazón loca. Esta metáfora, transgresora como la define Octavio Paz, es el amor.

El poder y el amor, casi en una dualidad, tocan sus extremos, serpiente que trata de devorar su propia cola, círculo infinito de relaciones. El poder y el amor obnubilan, ciegan la razón, dan ojos al alma, en el primero ojos hipócritas que atisban conspiraciones, el segundo, provee de ojos al alma para mirar lo esencial, lo bello lo hermoso. Poder y amor potencian, el primero echa a andar los más perversos engranajes del alma, el segundo la maquinaria que genera lo bueno, lo heroico, lo sublime. Poder y amor apelan, el primero a magnificar su capacidad a costa incluso de la vida de los otros, mata para perpetuarse, el segundo a acrecentar su capacidad de vida, a expresar lo bello de la entrega, no destruye, hace nacer, renacer y renovarse hasta lo exangüe, crea vida para eternizarse. Poder y amor seducen, atraen, el primero ególatra onanismo que vuelve tirano al esteta, el segundo encuentro pleno de un nosotros que vuelve príncipe al contrahecho.

Pero la naturaleza humana se empeña en contradecir la evidente humanidad del amor y eleva el valor del poder. Mientras el poder se torna un sistema de suma cero, el amor es potencia geométrica que jamás hace perder, pues nunca hay ganadores ni vencidos.

En la República de Platón, Trasímaco y Sócrates, discuten sobre el gobierno, la virtud, como en todos los actos de la cultura griega, debe regir los hechos y las decisiones del hombre, pero ante el argumento socrático: “El hombre de bien gobierna para evitar el gobierno del perverso”, se antepone una realidad que Trasímaco define: “el hombre que gobierna es justo en tanto sus actos sean los más convenientes para el más fuerte”. Esta casi infalible tendencia del hombre hacia el mal, se puede encontrar a lo largo del devenir de la humanidad.

El poder embriaga más allá de la razón y la virtud, el holocausto judío, la noche de los machetes en Ruanda, el Khmer Rojo, Irak, el Apartheid, etc. Si bien la virtud griega está lejos de nosotros como ellos mismos en el tiempo, nuestra época fue bien prefigurada en el Renacimiento, Maquiavelo ya no se cuestiona sobre la virtud del Príncipe sino define un cinismo rampante que hará de la política el escenario de la simulación, la mentira, la cruda realidad. Nunca menciona: el fin justifica los medios, pero de alguna manera la Real Politik existe ya. Pero una vez más contrastemos al poder y al amor en un contexto histórico definido, mientras el renacimiento artístico se vuelca en multicolores expresiones de arte, el renacimiento en términos políticos se vuelve un recetario de cómo gobernar sin perecer en el intento, ars longa vita brevis.

Entonces, llega el momento de preguntar ¿Si el poder tiende hacia el mal, o mejor dicho, si el poder hace que el hombre tienda hacia el mal?, y si esto es cierto, ¿el ser humano es un ser malvado y perverso por naturaleza, y los actos de bondad sólo son actos de redención más allá de algo cualitativamente significativo para la humanidad?

Pensemos en el jus naturalism y en el idílico principio  de los tiempos, el estado natural. Podemos reflexionar de ambos conceptos que el ser humano adquiere ciertos derechos con el sólo acto de nacer y que además hubo un momento donde no había nada, ni leyes, ni jerarquías, entonces dónde está el origen de la perversión, los humanos no somos intrínsecamente buenos ni malos, somos la suma de arquetipos, genética, evolución, sistemas socio-económicos, religión, etc. De tal manera que el poder sólo vence, doblega y hegemoniza, como dijimos al principio en base a su representación simbólica, ¿qué es el rey, presuntuoso de su boato, al momento de caminar desnudo ante sus súbditos? ¿Qué es Jesucristo sin el grandilocuente acto de entregar su vida en aras de salvar de todos los pecados a la humanidad? ¿Qué es Hitler, Himmler o Goebels sin la religiosa feligresía que los seguía estúpidamente? Nada, sólo serían charlatanes intrascendentes, el poder necesita del reflejo simbólico en el otro para ejercerse, el miedo es al monstruo desconocido, Leviatán no es tan horripilante es sólo una sombra chinesca que nos espanta.

Así como Freud se pregunta en el malestar en la cultura, dónde el hombre decide optar por el trabajo (Tanatos) ante el placer (eros), debemos preguntarnos, asimismo, dónde el hombre optó por el poder en lugar del amor, desmembrar el poder simbólico es obra de la imaginación, pero se tiene un aliado, el amor, pues genera solidaridad, tolerancia, comprensión, empatía.

El poder sólo es el oropel de la estupidez, el amor es la poesía transfigurada en acto de entrega, si lo simbólico entroniza al poder, luchemos contra él con la fuerza simbólica del amor, nada nos salvará como el amor y, el poder no podrá regir lo que es etéreo, los sentimientos de una humanidad presurosa y olvidadiza, que en su origen logró la sobrevivencia de toda nuestra especie en actos primitivos que en la bruma del tiempo los podríamos llamar como amorosos, actos amorosos que ante el embate de la naturaleza y ante la evidente debilidad fenotípica del homínido, se convierten en el relato de una épica batalla de supervivencia, siendo así la única posibilidad de conservación de la especie y no está en el poder que divide y reduce sin remedio, sino en el amor que multiplica en la época donde la escasez de todo bien es evidente, sólo el amor consigue encender lo bueno, desde siempre.

Ahí vienen los muertos otra vez.

Ahí vienen los muertos otra vez.

A ti María del Rosario, porque sea para siempre amor.

Especialmente con cariño a Sergio.

Y a todos mis muertos, siempre los recordaré.

 

Y el día empieza con un vientecillo que baja de las montañas del Ajusco, aire límpido que transparenta las nubes y devela ese cielo azul, propio de los últimos días de octubre. Es 31, víspera tranquila de la marcha de regreso de nuestros muertos a este espacio breve de la vida, llegan guiados por el aroma peculiar del cempazúchitl, por el humo dulzón del incienso y el copal, por la luz votiva que ilumina el camino del Mictlán a nuestras tierras.

Primero, van gateando, titubeantes en sus primeros pasos, “todos los santos”, aquello niños que no fueron por mucho tiempo en la vida, llegan a tocar con mano atérida el juguete entrañable, a probar el agradable sabor de sus golosinas. Se reúnen festivos, con su infante inocencia, a gozar de este recuerdo de los que nos quedamos sin volver a mirar su sonrisa.

Luego llegarán los fieles difuntos, a embriagarse por un fugaz momento, a empacharse de mole, tamales, calabaza, a fumarse un cigarrito, a constatar que los vivos no podemos más que llevarlos inolvidables en el recuerdo, única forma humana de ser inmortal.

Estos días de muertos se vuelven nostálgicos, con su sol oblicuo en el firmamento, con sus noches prematuras, con los colores y sabores de la ofrenda, con su tacto a viejo, con sus leyendas de aparecidos y lastimeras ánimas que rumian sus penas.

Y es que el mexicano convive despreocupado a diario con la muerte, esta cotidiana coexistencia milenaria, nos hace su amigo, nos rozamos sin desdén, concientes de nuestra efímera existencia. Nuestros antiguos mexicanos entendieron desde entonces este cohabitar perpetuo, este soplo divino que algún día, sin más, nos dejará sin aliento, inánimes, muertos. Sin embargo, tercos, nos burlamos de nuestra muerte chiquita, que ahí a nuestro lado izquierdo nos reserva, mujer tenía que ser, el secreto de nuestra partida. Y se deja dibujar muy catrina la parca, juguetona, al fin, sabedora de su poder, se deja vestir chuscamente, total, ella siempre tendrá la última palabra.

No sin sorna, pero con el debido respeto, José Guadalupe Posada, la representó con tal fuerza satírica, que la risa nos hace doblarnos al verla, más de nervios y temor que de burla o alegría. Graciosa de cierta manera, la calaca se presta al juego, pues como escribía Netzahualcóyotl: “Meditadlo señores águilas y tigres, aunque fuerais de jade, aunque fuerais de oro, también allá iréis, al lugar de los descansos”.

No en balde una eternidad de vagar por la tierra, nuestra perpetua desvalidez ante su voluntad, un sempiterno atestiguar nuestros males y miserias, nuestras ambiciones banales, nuestras grandilocuentes abyecciones, la muerte se asume pareja, equitativa, totalmente democrática.

Infalible, en cama de seda o en jacal de tierra, nos acompaña en cada uno de nuestros momentos, de nuestro primer alarido natal, al primer amor, de nuestro primer regocijo al último suspiro. “¡Qué prueba de la existencia habrá mayor que la suerte de estar viviendo sin verte y muriendo en tu presencia!”, dijo Xavier Villaurrutia, como dejando en claro este inconstante capricho humano de querer fugarse al corte certero de su guadaña. Ya que, además de todo es misteriosa e insondable, deja en cada trabajo el halo de destino manifiesto, como advirtiendo de su capacidad de tejer tramas llenas de enseñanza.

Un ejemplo, tres amigas inseparables se dejan de ver, el reencuentro se da en la boda de una de ellas, nuevamente las circunstancias las alejan, nunca más estuvieron juntas, la recién casada está embarazada, la otra se acaba de casar, la tercera ha conseguido un buen trabajo. Tiempo después, ésta última, se entera que ha fallecido una de las tres, la otra ha dado a luz, todo esto el mismo día, mientras se apagaba una existencia, nacía al mundo otra.

¿Acaso la muerte planeó esto? Acaso, como se preguntaba Ayocuan: “¿He de irme como las flores que perecieron? ¿Nada quedará de mi nombre? ¿Nada de mi fama aquí en la tierra? ¡Al menos mis flores, al menos mis cantos!”

Sólo la poesía, sólo la belleza y la bondad de nuestros actos cotidianos, perpetuarán la persistencia de nuestra alma en este mundo. El recuerdo que heredemos, obedece a nuestro estar y nuestro ser, de nuestro proceder dependerá la ofrenda, las luces y las flores amarillas en nuestro honor, extintos pero en vigilia, escucharemos las voces de los vivos rememorándonos con cariño o con desprecio.

Nada nos exime de nuestro fin, pero podremos aspirar a no extinguirnos del todo si jamás dejamos de anhelar a que en un día de muertos cualquiera, alguien nos encienda una veladora, nos ofrende flores y nos cocine nuestros más añejos antojos y así con nuestro nombre en la frente de una calaverita de azúcar, porque finalmente cada acto nuestro puede ser el último, “pues no hay hora en que yo no muera”, en que todos muramos sin cesar.

Los movimientos juveniles de 1968

Los movimientos juveniles de 1968

A ti María del Rosario,

porque cada futura

batalla te tenga a mi lado.

París, Mayo de 1968, hace cuarenta años exactamente la juventud del mundo alzó la voz para exigir sociedades más democráticas, abiertas, tolerantes y libres. Daniel Cohn- Bendit, líder en el mayo de París, confirma esto, en sus propias palabras, los movimientos estudiantiles de ese año en todo el mundo:

“…fueron una rebelión. Sobre todo, una rebelión antiautoritaria que tuvo lugar un poco por todas partes. La rebelión de una juventud que había nacido después de la guerra y se revolvía contra el tipo de sociedad impuesto por las generaciones de la guerra. Los rebeldes eran diferentes en Polonia, en Estados Unidos, en Francia o en Alemania, pero el corazón fue precisamente esta rebelión antiautoritaria”. (Missé, 2008, 13 mayo, p.32).

Naturalmente para México esto no es distinto, ya que de Praga a París, de Berkeley a la Ciudad de México, las demandas pasaban más por un intento de resquebrajar las trabas autoritarias que de cambiar un régimen o un sistema político. Democracia sin adjetivos, en lugar de una democracia que funcionaba de manera desigual para la sociedad.

De hecho los movimientos son generados por las clases medias ilustradas, los estudiantes politizados y, en algunos casos, adoctrinados por las fuentes culturales de la posguerra plantean no una revolución proletaria, ni la instauración de comunismos o socialismos, en realidad se puede notar una planteamiento más encaminado a las libertades individuales, incrustadas en la estructura social represiva de ese entonces,

 

Los movimientos del 68 tuvieron una fuerte influencia cultural: el Movimiento Beatnik, los situacionistas, el marxismo, el movimiento hippie, Marcuse, el Ché Guevara, Sartre, Camús, los jóvenes de aquél entonces pugnaban por llevar la riqueza intelectual de su tiempo como estandarte de lucha.

De hecho las consignas sonaban lúdicas, juveniles, ingenuas en el fondo: el lenguaje implica la necesidad de expresar los contenidos subversivos en la esfera política, pero sin duda los más provocadores tienden hacia rebelión personal, íntima, cotidiana:

Prohibido prohibir.

 

La imaginación al poder.

 

Esto no es más que el principio, continuemos el combate

 

El aburrimiento es contrarrevolucionario

 

No le pongas parches, la estructura está podrida

 

Soy un marxista de la tendencia de Groucho.

 

Seamos realistas, exijamos lo imposible.

 

Están comprando tu felicidad. Róbala.

 

Bajo los adoquines, la playa.

 

El caos soy yo

 

En una sociedad que ha abolido toda aventura, la única aventura que resta es abolir la sociedad

 

Olvídense de todo lo que han aprendido. Comiencen a soñar

(Wikipedia, en línea 15 de mayo 2008)

 

De aquellos movimientos quedan las palabras, las anécdotas, las historias grandes y pequeñas, las batallas ganadas o las derrotas totales. Las modas, los mitos y las realidades, el imaginario y lo fantástico que genera un movimiento así. Como todo hecho histórico requiere de tiempo para su cabal entendimiento, y a 40 años, aún no defino que dejó o construyó, pues hoy más que nunca, la democracia  y la libertad suenan sin sentido en una sociedad que permite las corruptelas, las mafias y la desvergüenza de sus gobernantes, siempre serán necesarios los movimientos sociales y políticos, como dice Cohn-Bendit, “…hoy estamos en un proceso de transformación de las sociedades, y esto no quiere decir que las rebeliones se hayan acabado. Pero las revueltas empujan a la transformación y la modernización de la sociedad”. (Miseé, p. 32)

Sobre todo cuando el mundo salta al vacío de una inevitable crisis económica causada por los de siempre, los que nunca han dejado el poder aun cuando cambien las siglas del partido, los dueños del dinero, los dueños del planeta, los que sucios, fraudulentos y vociferantes guardianes de la democracia, siempre privatizarán las ganancias y socializarán sus pérdidas, como hoy, como siempre.

 

Bibliografía

 

Missé, Andreu, "Hemos ganado", ENTREVISTA:  Daniel Cohn-Bendit Eurodiputado y protagonista de Mayo del 68, en El País Semanal, 11 Mayo 2008, 1350

 

Mayo francés, Wikipedia, en línea 15 mayo 2008, http://es.wikipedia.org/wiki/Mayo_franc%C3%A9s

Ian Curtis, Joy Division lamento en la oscuridad.

Ian Curtis, Joy Division lamento en la oscuridad.

Apaga la luz, acurrúcate en tu rincón favorito, tírate boca arriba en tu azotea y mira el cielo nocturno, o simplemente cierra los ojos, prepárate para la experiencia oscura, dolorosa de la música de Joy Division y la voz de ultratumba de su vocalista e icono del rock dark y gótico, Ian Curtis.
Joy Division nace en Inglaterra en 1976, un contexto donde el movimiento punk marca la vanguardia y presta voz a los jóvenes ingleses hartos del desempleo, la desesperanza y la falta de perspectivas. No sobra recordar canciones como "God save the Queen" o un himno que retrata el sentir de esa generación: "Anarchy in the UK", en medio de tales gritos, Bernard Sumner, Peter Hook y Terry Mason forman Stiff Kittens. En aquel otoño durante un concierto de Sex Pistols y The Clash, Bernard conoce a Ian Curtis, quien se incorpora luego de un mes al grupo.
Este es el inicio de una banda que habría de marcar con su corta trayectoria la historia del rock.
Curtis, era un joven de mirada meláncolica, expresiva cara llena de tristeza, dueño de una sensibilidad exacerbada por su deteriorada salud, epilepsia, condición que lograba en él un estilo catártico de interpretar en el escenario. Tan oscura y brumosa como una tarde londinense, Ian era la síntesis de una generación inconforme y desencantada; sumada a su apariencia triste, su romántica idea de morir joven y su voz podían llegar a lo más profundo del alma, la cadencia, el ritmo de cada una de sus canciones, retrata un profundo universo existencial, lleno de pesimismo y de referencias a un mundo irremediablemente fatuo y trivial, pero sobre todo insoportable, insoportable el vértigo de la existencia, la oscuridad de la depresión y la quebradiza línea entre la vida y la muerte.
Nada parecía ser banal en el mundo de Curtis, incluso el nombre Joy Division está lleno de ironía, tomado de la novela sobre los campos de concentración nazis "The House of Dolls" de Karol Cetinsky. La "División de la Alegría" se conocía a la sección donde las mujeres prisioneras eran forzadas a servir de prostitutas a los oficiales nazis.
Estas circunstancias produjeron una música oscura, para muchos el nacimiento del dark, por sus atmósferas, por sus letras, su desesperanza destilada de una sociedad hiperpoblada, pero que aísla a los seres humanos en una isla infranqueable de soledad, dolor, angustia, nada. "Creo que los sueños siempre acaban / no se elevan / sólo descienden / pero ya no me importan más / He perdido la voluntad de querer más", ahora pues imagina las penumbras a tu alrededor escuchando a un visionario, a un profeta, que un día antes de ir a su primera gira en EU, decide colgarse, no sé si para evitar hacer de su música una mercancía sin sentido o harto de una existencia que la epilepsia mermaba. Así en un 18 de mayo de 1980, Ian Curtis se ahorca en la cocina de su casa, una nota escueta nos transmite su desánimo ante la vida: "En este momento quisiera estar muerto. No aguanto más".
28 años sin Ian Curtis, sin sus movimientos incontrolados, sin su voz del más allá, sin sus canciones íntimas y desesperadas: entonces un tributo a esta alma que seguro deambula de vez en cuando por los cielos nublados de octubre en esta ciudad de muertos sin descanso, así pues saca el disco de su funda, programa tu reproductor, con tres canciones: "Atmosphere", "She lost control" y "Love will tear us apart".
Hipnotizados por su voz, disfrutemos de la oscuridad que nos rodea, seamos conscientes de ya ni el amor puede salvar este mundo que se va al infierno sin postergación y junto con Ian Curtis aullemos: When the routine bites hard/ And ambitions are low/ And the resentment rides high/ But emotions won’t grow/ And we’re changing our ways,/ Taking different roads/ Then love, love will tear us apart again"

TLALPAN, LA CIUDAD QUE PERDIMOS.

TLALPAN, LA CIUDAD QUE PERDIMOS.
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Mira las cosas que se van,
Recuérdalas,
porque no volverás a verlas nunca.
José Emilio Pacheco

La historia de la ciudad, como se ha escrito mucho, es la historia del poder, Rafael Tovar y de Teresa lo menciona en su libro “La Ciudad de los Palacios”, la faz de nuestra Ciudad se ha visto transformada a capricho del caudillo o el partido en turno; a la México-Tenochtitlan, los conquistadores españoles, la borraron; a manera de exorcismo, los ibéricos, desmontaron una a una las piedras de la ciudad, para con ellas mismas edificar el esplendor virreinal; pero las piedras no conocen de la efímera gloria de los mortales, y ellas mismas fueron testigos de la conflagración independentista.

Imperios, restauración de éstos, liberales, conservadores; el furor republicano, destruyó joyas del pasado colonial, el templo y el claustro como símbolo del Clero abusivo y nuevamente la ciudad sufrió una desfiguración de la que surge ladina, pícara, dolosa en ocasiones. El impulso finisecular y el esplendor porfirista, maquilla con aires franceses a la ciudad, modas van o vienen, pero “La Bola”, y su torbellino, elimina el fastuoso mundo de Gutiérrez Nájera y su Duque Job.

Al siglo XX, se llega con una ciudad enferma, aún así tiene tiempo para el jolgorio, la rebeldía, la tragedia; de sus festividades colectivas o futboleras, a sus históricas marchas, desde la llegada de Zapata y Villa, pasando por sus héroes juveniles del 68, y hasta el Ejército de la Esperanza y su Sub Marcos, todas las multitudes han escuchado resonar sus voces en las paredes añejas de nuestra urbe; todavía las 7:19 AM. de un jueves 19 de septiembre de 1985, suenan como una maldición conjurada por un hado perverso, todavía la ciudad llora, ríe y se estremece, aunque esté herida de muerte.

Esta síntesis del horror que la destrucción ha esculpido en las entrañas de la ciudad, en Tlalpan también puede observarse su reflejo; este territorio lleva dentro de sí las marcas de nuestras raíces: prehispánicas, virreinales, mestizas; pero sumemos a esta variedad cultural, la belleza natural; San Agustín de las Cuevas, Tlalpan, como sea que se nombre, vivió siempre días de esplendor, villas enormes, haciendas milagrosamente productivas gracias al sudor de los peones.

De tal magnificencia y esplendor gozó Tlalpan que la Madame C –de la B- en sus “Cartas Mexicanas”, describe con refinado estilo -propia de la pomposa vida en sociedad- una de las Ferias del lugar, donde “... tres días son divertidos a más no poder, y como se mezclan toda clase de rangos y de escarcelas, la variedad que ofrece es sin comparación mucho mayor que en los bailes de la capital”.

Esto dicho a mediados del XIX, pero incluso antes, en el México novo hispano, Tlalpan era lugar de tránsito, última parada antes de iniciar el viaje hacia Acapulco, el mar y la ilusión del viaje, el punto de fuga y de escape, el trópico empezaba en los ríos transparentes de San Agustín de las Cuevas, incluso hoy sigo imaginando que detrás del Pico del Águila está el Pacífico.

Tlalpan y toda la ciudad, hoy son un reducto donde se mezclan todo tipo de tradiciones, ¿cuáles serán conservadas, cuáles surgirán?, El tránsito del tiempo nos hace olvidar, la memoria no alcanza para asir toda la belleza que algún día generó el pasado, debemos resistir contra el olvido.

A fin de cuentas, la historia de la ciudad es como la historia del Cosmos, se registran fenómenos celestes, se miden parábolas de ciclos y astros, calculamos el espesor de los planetas, nos avocamos a testimoniar los fulgores de brillantes estrellas; de la misma forma la ciudad va generando su memoria, las grandes conflagraciones opacan el perecedero brillo de las personas, estrellas fugaces, bellas por la intensidad de su brillo, entrañables por la cortedad de su duración.

Porque la ciudad vive en el imaginario de cada una de las personas, Tlalpan y sus rincones susurrarán al oído de quien quiera oírlas, calladas historia de amor, de odio, de poder, de espectros dolientes, de damnificados de tiempos palaciegos, de vencedores de dudosa procedencia, de indigentes de amor y esperanza, vidas, únicamente vidas.

Porque salvarnos del olvido es arrebatar algo a la muerte, rescatemos de Tlalpan lo humano, lo bello, lo irrepetible.
Aunque todavía, veamos impasibles lo que Octavio Paz alguno vez escribió, como destino y sino de esta urbe en vías de agonizar:

“Hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada por sus tercos fantasmas, regida por su despótica memoria,
la ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y que ahora me dicta estas palabras insomnes”.