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TLALPAN, LA CIUDAD QUE PERDIMOS.

TLALPAN, LA CIUDAD QUE PERDIMOS.
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Mira las cosas que se van,
Recuérdalas,
porque no volverás a verlas nunca.
José Emilio Pacheco

La historia de la ciudad, como se ha escrito mucho, es la historia del poder, Rafael Tovar y de Teresa lo menciona en su libro “La Ciudad de los Palacios”, la faz de nuestra Ciudad se ha visto transformada a capricho del caudillo o el partido en turno; a la México-Tenochtitlan, los conquistadores españoles, la borraron; a manera de exorcismo, los ibéricos, desmontaron una a una las piedras de la ciudad, para con ellas mismas edificar el esplendor virreinal; pero las piedras no conocen de la efímera gloria de los mortales, y ellas mismas fueron testigos de la conflagración independentista.

Imperios, restauración de éstos, liberales, conservadores; el furor republicano, destruyó joyas del pasado colonial, el templo y el claustro como símbolo del Clero abusivo y nuevamente la ciudad sufrió una desfiguración de la que surge ladina, pícara, dolosa en ocasiones. El impulso finisecular y el esplendor porfirista, maquilla con aires franceses a la ciudad, modas van o vienen, pero “La Bola”, y su torbellino, elimina el fastuoso mundo de Gutiérrez Nájera y su Duque Job.

Al siglo XX, se llega con una ciudad enferma, aún así tiene tiempo para el jolgorio, la rebeldía, la tragedia; de sus festividades colectivas o futboleras, a sus históricas marchas, desde la llegada de Zapata y Villa, pasando por sus héroes juveniles del 68, y hasta el Ejército de la Esperanza y su Sub Marcos, todas las multitudes han escuchado resonar sus voces en las paredes añejas de nuestra urbe; todavía las 7:19 AM. de un jueves 19 de septiembre de 1985, suenan como una maldición conjurada por un hado perverso, todavía la ciudad llora, ríe y se estremece, aunque esté herida de muerte.

Esta síntesis del horror que la destrucción ha esculpido en las entrañas de la ciudad, en Tlalpan también puede observarse su reflejo; este territorio lleva dentro de sí las marcas de nuestras raíces: prehispánicas, virreinales, mestizas; pero sumemos a esta variedad cultural, la belleza natural; San Agustín de las Cuevas, Tlalpan, como sea que se nombre, vivió siempre días de esplendor, villas enormes, haciendas milagrosamente productivas gracias al sudor de los peones.

De tal magnificencia y esplendor gozó Tlalpan que la Madame C –de la B- en sus “Cartas Mexicanas”, describe con refinado estilo -propia de la pomposa vida en sociedad- una de las Ferias del lugar, donde “... tres días son divertidos a más no poder, y como se mezclan toda clase de rangos y de escarcelas, la variedad que ofrece es sin comparación mucho mayor que en los bailes de la capital”.

Esto dicho a mediados del XIX, pero incluso antes, en el México novo hispano, Tlalpan era lugar de tránsito, última parada antes de iniciar el viaje hacia Acapulco, el mar y la ilusión del viaje, el punto de fuga y de escape, el trópico empezaba en los ríos transparentes de San Agustín de las Cuevas, incluso hoy sigo imaginando que detrás del Pico del Águila está el Pacífico.

Tlalpan y toda la ciudad, hoy son un reducto donde se mezclan todo tipo de tradiciones, ¿cuáles serán conservadas, cuáles surgirán?, El tránsito del tiempo nos hace olvidar, la memoria no alcanza para asir toda la belleza que algún día generó el pasado, debemos resistir contra el olvido.

A fin de cuentas, la historia de la ciudad es como la historia del Cosmos, se registran fenómenos celestes, se miden parábolas de ciclos y astros, calculamos el espesor de los planetas, nos avocamos a testimoniar los fulgores de brillantes estrellas; de la misma forma la ciudad va generando su memoria, las grandes conflagraciones opacan el perecedero brillo de las personas, estrellas fugaces, bellas por la intensidad de su brillo, entrañables por la cortedad de su duración.

Porque la ciudad vive en el imaginario de cada una de las personas, Tlalpan y sus rincones susurrarán al oído de quien quiera oírlas, calladas historia de amor, de odio, de poder, de espectros dolientes, de damnificados de tiempos palaciegos, de vencedores de dudosa procedencia, de indigentes de amor y esperanza, vidas, únicamente vidas.

Porque salvarnos del olvido es arrebatar algo a la muerte, rescatemos de Tlalpan lo humano, lo bello, lo irrepetible.
Aunque todavía, veamos impasibles lo que Octavio Paz alguno vez escribió, como destino y sino de esta urbe en vías de agonizar:

“Hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada por sus tercos fantasmas, regida por su despótica memoria,
la ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y que ahora me dicta estas palabras insomnes”.

2 comentarios

Luisa Warhol -

oie...l comentario era n l d rock 101...no c porq salio aki jeje

Luisa Warhol -

no mnxs...sta inkreible! creo q admas dl d joy division s l q mas m gusto... sta muui padre u rule